Palabras inventadas...

Fue una tarde cualquiera, de esas en que el mundo parece
caminar más lento.
Compartían una conversación como tantas otras cuando una palabra salió de sus labios como si hubiera estado esperando nacer.
Era una palabra que no existía, pero significó tanto que, sin más, la hicieron suya…
Aparecía de la nada, al recordar un gesto, al encender una risa… y cada vez que la pronunciaban, una especie de chispa se encendía entre ellos como un secreto que no necesitaba esconderse para ser secreto.
Pronto, esa combinación de letras empezó a cambiar, adquiriendo matices, tonos, versiones pequeñas que solo ellos podían distinguir.
Con apenas unas letras tenía la capacidad de decirlo todo, incluso pedir silencio sin romper la delicadeza del instante.
Con el tiempo descubrieron que no era solo una palabra, era la memoria de todo lo que habían vivido juntos.
De esas pequeñas notitas escondidas en las páginas de un libro, en el bolsillo de un abrigo, en el parabrisas del coche, en un mensaje…
Cada vez que alguno la encontraba, sentía que un hilo invisible le tocaba por dentro, recordándole que habían creado algo que nadie más podría descifrar.
Aparecía cuando ya no encontraban otra forma de decir lo que sentían.
Pero lo más extraño, y lo más hermoso, era que aquella palabra no podía ser explicada a nadie más.
Frente a otros se volvía hermética, como si llevara una coraza hecha únicamente para proteger su significado.
Era un idioma mínimo y resistente, un territorio del que solo ellos tenían llave.
Con el tiempo comprendieron que no era una palabra, sino un refugio.
Una forma de estar juntos incluso cuando no estaban cerca,
una estructura secreta levantada con notas, miradas y esa sílaba imposible.
Y el mundo siguió su ritmo, impasible, mientras ellos guardaban ese fragmento de lenguaje que solo existía porque ellos dos lo nombraban, y que nadie, jamás, podría atravesar.
Son palabras que se pronuncian con la certeza de que el otro entenderá incluso lo que no se dice.