Besos

Hoy hablamos de besos…, esa forma curiosa que tienen de aparecer como en un lenguaje secreto que el corazón usa cuando las palabras se quedan cortas, en eso se parecen mucho a los abrazos.
Hay besos que nacen con la timidez de un susurro, se acercan despacio, casi preguntando si está bien, si pueden, como pidiendo permiso. Son frágiles, y aun así tienen la fuerza de cambiar tu día.
Otros besos, en cambio, irrumpen con la intensidad de un reencuentro. Son los que cargan memoria, los que traen en su interior la emoción acumulada de la ausencia, los que te dicen te extrañé, sin pronunciar una sola sílaba.
Hay besos que se deslizan lentos, con la paciencia de quien entiende que no todo debe ocurrir de inmediato. Besos que no buscan llegar a ninguna parte, que respiran al ritmo de dos personas que se escuchan sin hablar.
También están los besos que nacen en medio de risas, desordenados, apresurados, torpes, los perfectamente imperfectos, y quizá por eso mismo… tan auténticos.
Los besos que consuelan, tibios, silenciosos, capaces de sostener a alguien cuando todo lo demás parece derrumbarse. El beso del no estás solo.
Están los besos robados, esos que aparecen como una travesura, locos, improvisados y atrevidos, que sorprenden porque surgen en el único segundo en que las emociones se adelantan a las palabras. No son un asalto, son un regalo espontáneo entre dos corazones que laten al mismo ritmo.
Hay besos que se dan con la mirada.
Hay besos de ida y vuelta y otros que apenas rozan tus labios.
Hay besos de bienvenida y otros que dicen adiós.
Hay besos que dicen todo y otros… que no dicen nada.
Hay besos sinceros y besos de Judas.
Hay besos prohibidos que son de verdad.
Cada beso es una forma única de sentir. No importa el lugar donde aterrizaron, importa solo la emoción que lograron encender.
No se miden por la forma, se miden por la verdad que dejan escapar.
El más difícil no es el primer beso, sino el último.