Acordes

30.10.2025

Nunca me gustó la lluvia, siempre la sentí fría, inoportuna, como si interrumpiera el ritmo tranquilo de los días. Y, sin embargo, marcó un momento de mi vida con la misma intensidad con la que el amor y el desamor se entrelazan.

Aquella tarde me sentí extraña, como si algo, no sé qué, siguiera ocurriendo en algún rincón de mi memoria..., conducía, pero no consigo recordar a donde iba.

La luz era gris, como si el sol se hubiera rendido. 

Bajé el cristal y respiré profundo, el aire olía a tierra mojada y despedida, y en la radio sonaba Felicità. Cuando escucho una canción en italiano, la dejo disolverse en el aire… no sé por qué, pero las canciones en italiano me detienen en el tiempo, como si su acento pudiera acariciar la tristeza. Y esa tarde, entre los acordes y la lluvia, sentí que esa caricia era para mí.

El parabrisas en su incansable intento por apartar las gotas que se estrellaban contra el cristal no conseguía que mis ojos puedan ver con claridad. Observaba con minuciosa atención cómo se deslizaban lentamente hacia los bordes, perdiéndose, igual que se pierden los recuerdos cuando uno intenta retenerlos demasiado.

Aun así, seguía sin ver… ahora sé que no era porque la lluvia fuera intensa, sino porque dentro de mí también llovía.

Cada nota es un eco de lo que fuimos, de lo que aún late.

No sé si fue casualidad o destino, pero bastaron sus primeros acordes para que el tiempo sangre a herida abierta.

Fue en aquel instante cuando comprendí algo que no supe nombrar entonces, que el silencio también llueve y se envuelve en nostalgia que no hace ruido, pero que empapa igual, y que los recuerdos no envejecen, solo esperan los acordes adecuados para despertar…

Y mientras la tormenta se iba disipando, algo en mí seguía lloviendo, suave y constante, en ese rincón donde nunca... deja de ser tarde.