A mi yo de ayer...

Con picardía aquella niña se asomó por la ventana a la que apenas llegaba de puntillas.
Curiosa, inquieta y desaliñada, mirando al infinito dejó caer unas palabras, ¿Qué tal estás?, ¿Cómo te trata la vida…?
En el espacio de tiempo que nos separa, nuestras almas conectaron y no supe que responderle.
Bajé la mirada y se hizo un silencio entre las dos.
"Ya no somos las mismas…", murmuré.
A pesar de ello, hurgué en la ingenuidad de aquel entonces y rescaté la inocencia que alguna vez tuve.
Me volví hacia atrás intentando grabar en mi memoria cada fotograma de mi pasado.
Pensé en aquellos años cuando no sabíamos lo que era el mundo y nuestra felicidad se limitaba a un caramelo, al esperado día de cumpleaños o la tan ansiada noche de Reyes…, cuando pensábamos que la vida transcurría entre el blanco y el negro.
Y me conté a mí misma que entre esos extremos hay una escala de matices que merecen ser vividos… tantos como matices de mi misma, amiga, compañera, mujer, y a veces una loca de atar con atisbos de cordura...
¿Y la felicidad?, me preguntaste.
¡A la felicidad la conocí!, te respondí con absoluta certeza, pasó por mi vida muchas veces…, ella es un alma libre que viene y va, no un destino al que llegar.
Pero una parte de ella viaja conmigo siempre.
Pensé en las situaciones, en los escenarios muchas veces difíciles e incómodos que la vida nos pone por delante, y en la latente posibilidad de elegir...
Volví a reflejarme en los ojos del ayer y le pedí perdón por los errores y por no haber cumplido las expectativas.
Con sencillez y sabiduría esos ojos me contaron que el pasado ya no se puede cambiar, que se perdió en un bosque de risas y lágrimas espontáneas, en las decisiones que tomamos, en cada uno de esos fotogramas que intentaste grabar en tu memoria, ¿te acuerdas?, en todo aquello que viste al voltear la mirada.
Desde la esquina de mis emociones vislumbré una cometa en el cielo, te busqué entre la gente con la inocente esperanza de encontrarte, y te encontré..., nos miramos, nos acercamos.
Te abracé. Me abrazaste.
Caminamos entre los latidos perdidos intentando recuperarlos.
Porque entre el hoy y el ayer somos lo que siempre fuimos.
Dos en una y una en dos.